lunes, 7 de junio de 2010







Oración por el XXVº E.R.Ca.J
Padre Nuestro,
Te consagramos el vigésimo quinto
Encuentro Renovado Católico Juvenil.
Guía y protege a las Hermanas y Hermanos
Discípulos de Jesús de san Juan Bautista
En esta misión que les has confiado,
Únelos y protégelos con el amor de tu abrazo paternal,
Señor Jesús, Divino Maestro
Antes de tu ascensión hacia el padre,
Prometiste enviar al espíritu santo
Para que pudiéramos ser tus testigos
Hacia los confines del mundo.
Bendice y multiplica los esfuerzos
De todos los jóvenes servidores
Y a los que hará posible realizar este Encuentro.
Espíritu Divino, derrama tu gracia
Sobre toda la ciudad de Metán
Y concédenos un Nuevo Pentecostés.
Haz de esta tierra un lugar genuino de bienvenida
A los jóvenes que participaran.
Concédeles la gracia de una sincera conversión
Una fe más profunda y amor hacia todos
Para construir una nueva civilización
De vida, amor y verdad,
Siendo auténticos testigos
De tu poder y tu gracia.
María, Esposa del Espíritu Santo
Y madre de los Discípulos
Ruega por nosotros. Amén.

viernes, 4 de junio de 2010

Solemnidad, Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo



La fiesta se comenzó a celebrar en Lieja en 1246, siendo extendida a toda la Iglesia occidental por el Papa Urbano IV en 1264, teniendo como finalidad proclamar la fe en la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía. Presencia permanente y substancial más allá de la celebración de la Misa y que es digna de ser adorada en la exposición solemne y en las procesiones con el Santísimo Sacramento que entonces comenzaron a celebrarse y que han llegado a ser verdaderos monumentos de la piedad católica. Ocurre, como en la solemnidad de la Trinidad, que lo que se celebra todos los días tiene una ocasión exclusiva para profundizar en lo que se hace con otros motivos. Este es el día de la eucaristía en sí misma, ocasión para creer y adorar, pero también para conocer mejor la riqueza de este misterio a partir de las oraciones y de los textos bíblicos asignados en los tres ciclos de las lecturas.
El Espíritu Santo después del dogma de la Trinidad nos recuerda el de la Encarnación, haciéndonos festejar con la Iglesia al Sacramento por excelencia, que, sintetizando la vida toda del Salvador, tributa a Dios gloria infinita, y aplica a las almas, en todos los tiempos, los frutos extraordinarios de la Redención. Si Jesucristo en la cruz nos salvó, al instituir la Eucaristía la víspera de su muerte, quiso en ella dejarnos un vivo recuerdo de la Pasión. El altar viene siendo como la prolongación del Calvario, y la misa anuncia la muerte del Señor. Porque en efecto, allí está Jesús como una víctima, pues las palabras de la doble consagración nos dicen que primero se convierte el pan en Cuerpo de Cristo, y luego el vino en Su Sangre, de manera que, ofrece a su Padre, en unión con sus sacerdotes, la sangre vertida y el cuerpo clavado en la Cruz.
La Hostia santa se convierte en «trigo que nutre nuestras almas». Como Cristo al ser hecho Hijo de recibió la vida eterna del Padre, los cristianos participan de Su eterna vida uniéndose a Jesús en el Sacramento, que es el símbolo más sublime, real y concreto de la unidad con la Víctima del Calvario.
Esta posesión anticipada de la vida divina acá en la tierra por medio de la Eucaristía, es prenda y comienzo de aquella otra de que plenamente disfrutaremos en el Cielo, porque «el Pan mismo de los ángeles, que ahora comemos bajo los sagrados velos, lo conmemoraremos después en el Cielo ya sin velos» (Concilio de Trento).
Veamos en la Santa Misa el centro de todo culto de la Iglesia a la Eucaristía, y en la Comunión el medio establecido por Jesús mismo, para que con mayor plenitud participemos de ese divino Sacrificio; y así, nuestra devoción al Cuerpo y Sangre del Salvador nos alcanzará los frutos perennes de su Redención.